En el marco del reciente Encuentro Regional de la Asociación de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales, surgieron importantes discusiones sobre la relación entre las humanidades y la inteligencia artificial (IA), un tema que ha ganado relevancia en los últimos años debido al avance de las tecnologías disruptivas. Este diálogo se centró en los desafíos, oportunidades y responsabilidades compartidas por ambas áreas del conocimiento, destacando la necesidad de una visión interdisciplinaria para enfrentar el impacto social, cultural y ético que la IA está generando en nuestras sociedades.

 

Uno de los puntos más debatidos fue la capacidad de la inteligencia artificial para transformar no solo los procesos productivos y científicos, sino también la manera en que entendemos al ser humano, la cultura y la sociedad. Si bien la IA está diseñada para imitar o mejorar ciertas funciones cognitivas, su aplicación en campos tradicionalmente humanísticos, como el análisis de textos literarios, la preservación del patrimonio cultural o la enseñanza de lenguas, plantea nuevas preguntas sobre el papel de las humanidades en este contexto.

 

Durante el encuentro, se subrayó que las humanidades ofrecen un marco crítico esencial para la comprensión y desarrollo de la inteligencia artificial. El estudio del lenguaje, la ética, la historia y la filosofía proporciona herramientas valiosas para interpretar los impactos de estas tecnologías en nuestras vidas. Por ejemplo, los dilemas éticos asociados con la toma de decisiones automatizada y la creciente influencia de los algoritmos en nuestra cotidianidad requieren no solo un análisis técnico, sino también una reflexión profunda desde las humanidades.

 

En este sentido, la convergencia entre ambas disciplinas se plantea como una oportunidad para generar un diálogo fructífero. Las humanidades pueden nutrir el desarrollo de la IA al proporcionar una comprensión más profunda de los valores humanos, la complejidad del comportamiento social y los aspectos culturales que deben considerarse al diseñar sistemas inteligentes. Al mismo tiempo, la IA puede ofrecer a las humanidades nuevas herramientas para expandir su campo de estudio, facilitando el análisis de grandes volúmenes de información y permitiendo explorar patrones y conexiones que de otro modo quedarían invisibles.

 

Sin embargo, el encuentro también dejó en claro que esta relación no está exenta de tensiones. La acelerada adopción de la IA en diversos ámbitos ha generado preocupación sobre la posible deshumanización del trabajo académico y la reducción de las complejidades humanas a simples datos procesables. En respuesta, se hizo un llamado a la comunidad académica para que las humanidades mantengan su rol crítico, no solo como analistas de la tecnología, sino como defensoras de la diversidad cultural, los derechos humanos y la dignidad individual en un mundo cada vez más dominado por la automatización.

 

En conclusión, el encuentro regional de la Asociación de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales evidenció la creciente importancia de la colaboración entre las humanidades y la inteligencia artificial. Si bien la tecnología plantea retos inéditos, también abre la puerta a nuevas formas de entender y abordar la realidad. Las humanidades, con su capacidad para ofrecer una reflexión crítica, ética y cultural, son esenciales para guiar el desarrollo y la implementación de la IA, asegurando que esta sirva a los intereses más profundos de la humanidad.

 

 

Las opiniones aquí expresadas son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan la posición de la Asociación Colombiana de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales, ni de su Consejo Directivo.

Introducción

El grupo de investigación Alta Dirección, Humanidades y el Educar-se (Giadhe), de la Universidad de San Buenaventura, ha venido liderando el proyecto denominado La cadena de los actores de la salsa, el cual ha servido como excusa para formular hipótesis que le permitan descifrar el cuerpo de los sujetos que bailan este tipo de música. En esta pretensión, se intenta comprender cómo y de qué manera, a través de la historia, Cali ha sido reconocida como La capital mundial de la salsa. En consecuencia, se vale de las ciencias humanas y sociales para tomar como objeto de estudio el cuerpo y sus relaciones con la ciudad, y así reconocer sus procesos individuales e interacción social, teniendo en cuenta algunos autores postestructuralistas, quienes brindan una idea del cuerpo político y sus dispositivos de regulación, vigilancia y control.

En consecuencia, a medida que se observa este fenómeno, se intenta comprender la relación que existe entre cuerpo, danza y ciudad, de manera que se puedan explorar las voces de los actores de la salsa caleña y su producción corporal. Por lo tanto, se pretende hacer una lectura de las prácticas dancísticas de los sectores populares para asociar esos saberes con el universo pedagógico universitario y así indagar el reconocimiento de esta configuración de patrimonio cultural.

El cuerpo y la salsa en Cali

Cali tiene algunas características particulares que nos brindan pistas sobre su población y su relación con la ciudad: en primer lugar, está ubicada en el valle geográfico del río Cauca y ha tenido una estrecha relación con los ingenios azucareros, quienes han sido señalados de establecer prácticas esclavistas sobre las tierras y los cuerpos, no solo en Colombia sino también en América Latina. Adicionalmente, resulta ser un lugar que se erigió a partir de un cúmulo de migraciones, lo que la ha llevado a ser reconocida como una ciudad de cruce de caminos, brindando una multiplicidad de experiencias políticas, sociales, culturales y corporales. 

Asimismo, Cali inició su fundación en la zona norte y continuó su crecimiento en el sector sur, donde se ubicaban los estratos de clase alta, media o media alta. Pero, a partir de 1910, cuando se convierte en la capital del departamento del Valle del Cauca, se presenta una fuerte lucha por la tierra y la vivienda desde los sectores populares. Sin embargo, fue a partir del magnicidio del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, -época conocida como La Violencia (1946-1958)-, cuando Cali tuvo una primera migración proveniente del departamento del Tolima que se estableció en las zonas de ladera. Posteriormente, en los años sesenta, nuevas migraciones de comunidades afrocolombianas, provenientes del Pacífico y del norte del departamento del Cauca, se mudaron al oriente de la ciudad, colindante con el río Cauca. Este movimiento de personas contribuyó al poblamiento masivo de las zonas marginales; es decir, oriente y occidente de la ciudad. Uno de los motivos de esta llegada masiva desde diferentes lugares, fue la idea de concebir a Cali como símbolo de oportunidades en el suroccidente del país, imaginario que aún persiste en el discurso colombiano.

Una vez reconocidos los tipos de migración y las características particulares de formación de la ciudad, abordamos tres imaginarios sociales caleños del siglo XX. El primero: Cali, la ciudad cívica de Colombia, donde se reconocía su respeto por la norma social. El segundo: Cali, ciudad deportiva de América, debido a que es proclamada sede de los VI Juegos Panamericanos (1971), lo que contribuyó a su reconstrucción después de la explosión del 7 de agosto de 1956. El tercero: Cali, capital mundial de la salsa, tiene sus orígenes en los años veinte con la aparición de la Feria de Cali -evento que inició como un carnaval­- donde se reconoce la ciudad como la capital de la salsa, no porque produzca ese tipo de música, sino porque la consume; y tal vez, conserva la mayor memoria musical de este género en América Latina.

En el tercer imaginario se hace visible una práctica del baile de la salsa que se configura en la zona oriente de la ciudad, lo que genera para la investigación liderada por el grupo Giadhe una categoría analítica que denominó cuerpos populares racializados, la cual está sustentada en que la música salsa y el baile caleño están más anclados a las comunidades populares y afrocolombianas. Son los cuerpos migrantes de los barrios populares de la ciudad los que son racializados por la sociedad, a partir de tres tipos de escenarios: 

El primero: cuerpo negado explotado, presenta una forma de racialización en el cuerpo masculino, a partir de los corteros de caña (agenciado por los ingenios azucareros); y en el femenino, con las mujeres que trabajan de internas en el servicio doméstico de las casas de familia. Aquí no existe un reconocimiento del discurso liberal de ciudadanía, sino que se genera una explotación de sus prácticas laborales.

El segundo: cuerpo negado explotado integrado, proviene de la segunda ola migratoria de afros, quienes continúan viviendo en sectores populares de la ciudad, pero con un mayor grado de autonomía económica gracias a las prácticas ancestrales de sus preparaciones culinarias, estéticas y económicas, lo que les permite ingresar a estudiar a las universidades e integrarse con otras dinámicas a la ciudad. 

El tercero: cuerpo tolerado, viene del concepto de tolerancia represiva usado por Adorno y Horkheimer; es decir, este grupo es reconocido como habitante de la ciudad, pero hay una pretensión por no permitirles movilidad social, reproducir sus roles colectivos anclados a un territorio o a ciertas prácticas sociales en las que puedan vincularse a actividades de la sociedad mestiza o blanca. En este momento aparece la Ley 70 de 1993, donde se brinda un reconocimiento jurídico a los territorios colectivos de las comunidades negras, pero la titulación es solo para el sector rural o para este grupo poblacional que vive cerca a los ríos; es decir, los afrodescendientes que habitan territorios urbanos quedan invisibilizados.

Pero el baile caleño se hace presente en los tres escenarios mencionados, muy ligado a la vida cotidiana y al baile popular, aunque en este tercer momento aparece en escena no solo el bailador, sino que se da inicio al espectáculo y a la industria cultural. Es importante anotar que en sus inicios se presentaba una expresión dancística conocida popularmente como el baile a piso, derivado del modelo mexicano del espectáculo, y estaba atravesado por el dispositivo cultural y el vestuario que usaban los bailarines de la época. Walter Cuero, más conocido como Watusi, calificado como el campeón mundial de la salsa en los años sesenta, es un ejemplo de este tipo de expresión. Es así como las comunidades que padecían estas lógicas de trabajo fuerte y de negación recurren al baile, a la música y a la religiosidad como resguardo para resistir y existir.

Un hecho importante sucede con el desplazamiento territorial de estos cuerpos que bailan: los domingos, atravesaban el puente que comunica a Cali con el municipio de Candelaria para asistir a los bailaderos. Fue así como Juanchito se convirtió en un lugar de liberación y de reconocimiento para sus cuerpos racializados, excluidos e invisibilizados. Aparecen en escena, los hombres moviendo sus pies; las mujeres, sus caderas; haciendo giros, liberando la energía de un cuerpo que no se reconoce en la ciudad; creando un crisol entre diversos bailarines de los sectores populares.

El cuerpo es lanzado al aire

Con la aparición de los bailaderos y las discotecas se genera un movimiento interesante para la indagación: se cambia el baile a piso por una serie de acrobacias donde los bailarines y bailarinas son lanzados al aire. Ese cuerpo, que era observado en el piso, toma elementos del tango, del acto circense o del ballet, y construye una mixtura que se agencia para que la danza se inserte en el fenómeno comercial del baile.

A partir de los actores de la cadena de la salsa se pretende explicar este fenómeno donde el cuerpo se lanza al aire para hacerlo visible, para que tenga un reconocimiento en el ámbito político y social. Esas prácticas construidas y agenciadas en sectores populares que no habían sido reconocidas presentan una música, un ritmo y un baile que goza de aceleración, y se ajusta a las sociedades modernas. Se configura una nueva estética del baile que cada vez pone mayor esfuerzo y riesgo para el bailador.

En resumen, estas son algunas hipótesis que intentamos descifrar a partir de un cuerpo que está ligado a una práctica cultural que incorpora el baile de la salsa, en la que se pretende reconocer cómo se integra la idea de Cali: capital mundial de la salsa con el espectáculo o la industria cultural. Se acude a la perspectiva de Foucault sobre el reconocimiento de las prácticas cotidianas; por lo tanto, es nuestro interés reconocer el interior de las comunidades que bailan; personas, generalmente, de la zona marginal de la ciudad que poseen difíciles condiciones de vida, cuyo cuerpo popular, negro, afro, ha pasado por un régimen de exclusión. Pero, en la emergencia de los hallazgos se puede identificar un régimen de visibilidad corporal que nos muestra un campo de problematización interesante: ¿qué les acontece a los cuerpos negros populares de la capital de la salsa en la sociedad del espectáculo, el marketing y la industria cultural?

 

Autores: (Universidad de San Buenaventura): Harold Viafara Sandoval: director, Maestría en Alta Dirección de Servicios Educativos. Julio César Rubio Gallardo: director, Licenciatura en Ciencias Sociales. Edward Carvajal Arciniegas: docente, Facultad de Ciencias Humanas y Sociales.

 

Las opiniones aquí expresadas son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan la posición de la Asociación Colombiana de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales, ni de su Consejo Directivo.

 

Introducción

El 6 de agosto de 1974, un día antes de que el presidente conservador Misael Pastrana Borrero entregara el poder al liberal Alfonso López, un grupo de entusiastas profesionales se reunieron en Bogotá para darle vida a una idea, a un proyecto que marcaría el futuro del patrimonio cultural en nuestro país.

En las instalaciones de un antiguo convento en el corazón de Bogotá, se inauguró en esa fecha el Centro Nacional de Restauración Santa Clara, en adelante el Centro o el CNRSC.

Algunos autores atribuyen al entonces joven embajador de Colombia en Italia, Luis Carlos Galán Sarmiento, quien a la sazón contaba con 31 años, la idea de crear un Centro de Restauración en Colombia para emular el trabajo del Centro Regional de conservación creado por la Unesco en México pocos años antes.

Otros señalan una simple coincidencia en la que el IILA, el Instituto Ítalo-Latinoamericano, contactó al embajador para estudiar la posibilidad de organizar en nuestro país un centro de restauración permanente con el apoyo del gobierno italiano y para el servicio de Colombia y de los demás países del Pacto Andino y de Centro América.

Sea cual sea el origen del proyecto, lo cierto es que, ese 6 de agosto, hace 50 años, con un equipo mínimo de dos restauradoras que habían estudiado en el exterior, un químico, un fotógrafo y personal de apoyo administrativo y logístico, daban vida al CNRSC, adscrito a la Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, en aquel entonces bajo la dirección del poeta Jorge Rojas (Sánchez 1986).

Rojas fue el primer director de Colcultura, entre 1968 y 1974. El Instituto fue creado como una dependencia adscrita al Ministerio de Educación Nacional con varios propósitos, entre ellos, el fomento de las artes y las letras, el cultivo del folclor nacional, el estímulo de bibliotecas, museos y centros culturales y la divulgación de la cultura nacional.

El primer director del Centro fue el abogado e historiador de arte Eugenio Barney Cabrera, profesor de la Universidad Nacional y autor de una extensa obra sobre historia e historia del arte moderno de Colombia, así como de varias aproximaciones al arte prehistórico agustiniano.

En su primer año, todos los esfuerzos del equipo del Centro se encaminaron a la adecuación de la sede, en las antiguas instalaciones de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, en el lugar que había ocupado el convento de Santa Clara, demolido a comienzos del siglo XX. El levantamiento de inventarios, la redacción de manuales para museos y bibliotecas, fueron labores a la par de la organización administrativa del CNRSC. Se adecuaron talleres, salones, un laboratorio de química y otro de fotografía, así como una modesta biblioteca (Sánchez 1986).

Las primeras obras restauradas eran pinturas y esculturas de las colecciones de los museos Nacional y de Arte Colonial, por lo que, el Centro se asimiló inicialmente a un taller de restauración de pintura de caballete.

A finales de la década de 1970, el CNRSC da un salto importante con la creación de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museología, un departamento o sección especializada cuyo objetivo principal fue la formación, investigación y difusión de temas patrimoniales en Colombia. Este proyecto académico dentro del Centro contó con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD, de la OEA, del ICCROM y del Getty Conservation Institute, entre otras instituciones (Colcultura, sf., pág. 1).

La Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museología de Colombia tenía la misión de complementar y fortalecer el trabajo del Centro Regional para la Conservación del patrimonio cultural en Churubusco, Ciudad de México. El de Churubusco formaba parte de las cinco iniciativas de Centros Regionales promovidas por la UNESCO en la década de 1960, junto con las de Jos (Nigeria), Nueva Delhi (India), Hawai (EE. UU.)  y Bagdad (Irak) (Pérez 2019).

El plan de estudios de la Escuela Nacional de Conservación tenía una duración de cinco años e incluía materias de química, biología, fotografía, idiomas, historia, semiótica, historia del arte e iconografía, entre otras asignaturas. El eje central de la formación era el taller de restauración, un espacio académico distintivo de la formación de los restauradores hasta hoy. Los talleres de restauración son espacios de clases y formación, esenciales para el desarrollo integral de los futuros conservadores y restauradores, proporcionando un entorno donde se combinan teoría y práctica para garantizar la preservación de los bienes culturales. En esencia, es una metodología de “aprender haciendo” en el que los estudiantes restauran los bienes culturales bajo la supervisión de sus profesores.

Los primeros talleres en consolidarse fueron los de pintura de caballete, madera, pintura mural y cerámicas arqueológicas. Los encargados de su organización fueron las restauradoras María Cecilia Álvarez-White, Carmen Sofía Reyes, Patricia García, Beatriz Restrepo, Sofía Morales de Moncada y Fernando Barandica, maestro de cerámica artística y técnico de cerámica industrial, con experiencia docente varias instituciones. Álvarez-White fue también la primera directora de la Escuela (Sánchez 1986).

El ambicioso proyecto de restauración arquitectónica de la Iglesia de Santa Clara y de sus colecciones de pintura y escultura colonial, iniciado en 1975, fue un escenario de aprendizaje muy importante para los restauradores en formación, dado que, inclusive, en algunos casos se les contrataba para trabajar medio tiempo. Este acercamiento a los bienes culturales y su intervención directa, en un ambiente de taller de oficios, pero con sólida formación científica y humanística, han marcado desde entonces la formación de los profesionales en conservación y restauración.

El tránsito a la Universidad

La Escuela de Conservación, Restauración y Museología funcionó como parte del Centro Nacional de Restauración hasta 1993. Desde mediados de la década de los ochenta, la Escuela empezó a tener dificultades, que llevaron a buscar un aliado académico, inicialmente una universidad pública, que permitiera profesionalizar a los egresados de la Escuela. El Centro Nacional de Restauración, finalmente, cesó sus actividades en 2003.

Mediante el convenio 046 de 1992 suscrito con Colcultura, la Universidad Externado de Colombia, una universidad privada con una centenaria tradición de servicio al país a través de sus carreras de ciencias sociales y humanas ofreció el aval académico para el reconocimiento del programa educativo como carrera profesional, mediante la expedición del Acuerdo 154 de 1993 del Instituto Colombiano de Fomento de la Educación Superior (ICFES).

El convenio 046 tenía dos propósitos fundamentales: avalar el título profesional de los egresados de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museología; y formar a los nuevos profesionales en este campo, novedoso, en nuestro país. El programa profesional de Conservación y Restauración de Bienes Muebles inició oficialmente en el primer semestre de 1994, marcando el comienzo de una nueva era en la formación de profesionales dedicados integralmente a la conservación del patrimonio cultural.

A lo largo de los años, la facultad ha evolucionado y expandido su oferta académica. En 2005, se transformó en la Facultad de Estudios del Patrimonio Cultural, incorporando nuevos programas como los pregrados en Museología (2006) y Arqueología (2008), así como posgrados en Sostenibilidad de Instituciones Culturales (2016), Patrimonio Cultural Sumergido (2019) e Investigación Forense de Violaciones de Derechos Humanos (2024).​

En 2024, en la Universidad Externado de Colombia celebramos con orgullo el trigésimo aniversario del inicio de la formación de profesionales en patrimonio cultural en Colombia, un hito significativo para el Externado y para el país. Desde su creación, la Facultad de Estudios del Patrimonio Cultural ha sido crucial en la preservación y promoción del patrimonio cultural colombiano, formando profesionales en campos como la restauración, la museología y la arqueología. Además de su labor formativa, el trabajo de la facultad impacta en los ámbitos investigativos y de extensión.

Más allá de las aulas: investigación y extensión

Hoy en día, el patrimonio cultural en Colombia y en el mundo es entendido de manera integral y participativa, abarcando un amplio espectro de bienes y manifestaciones que incluyen desde edificios históricos, paisajes, hasta tradiciones orales, festividades populares y expresiones gastronómicas, musicales y sagradas. Según el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, el patrimonio cultural se concibe como un conjunto de activos sociales que proporcionan sentido, identidad y pertenencia a las comunidades. Es un factor crucial para el bienestar y el desarrollo, y todos los colombianos tienen el compromiso de protegerlo y salvaguardarlo​.

El patrimonio cultural no sólo se preserva en función de la memoria histórica, sino que también fomenta el desarrollo socioeconómico al ser un motor de la industria turística y un factor clave en la revitalización de áreas urbanas y rurales​.

La formación en la Facultad de Estudios del Patrimonio Cultural se caracteriza por su enfoque integral y multidisciplinario. Los estudiantes adquieren conocimientos en diversas áreas, incluyendo la conservación, la restauración, la arqueología y la museología. Además, participan en prácticas profesionales y proyectos de investigación que les permiten aplicar sus conocimientos en contextos reales​​.

Los cerca de 400 egresados de la facultad han demostrado su capacidad para integrarse en el mercado laboral tanto a nivel nacional como internacional. Ocupan puestos clave en museos, archivos, bibliotecas y otras instituciones culturales, y contribuyen a preservar el patrimonio cultural de todos los colombianos.

Celebrar los 30 años de formación de profesionales en patrimonio cultural es reconocer el esfuerzo continuo por preservar y valorizar la riqueza cultural de Colombia. Este aniversario no sólo destaca los logros alcanzados, sino que también reitera el compromiso de la Universidad para seguir construyendo un futuro donde el patrimonio cultural sea un pilar fundamental para el desarrollo y la identidad de quienes habitamos este país. La Universidad Externado de Colombia se enorgullece de haber sido pionera en este campo y de seguir cumpliendo, a cabalidad, uno de los mandatos de la Ley 30 de 1992, "Artículo 6º Son objetivos de la educación superior y de sus instituciones: (...) j. Conservar y fomentar el patrimonio cultural del país.”

 

Referencias

Colcultura, s.f. Centro Nacional de Restauración Santa Clara, Bogotá. Proyecto Regional de Patrimonio Cultural PNUD UNESCO.

Pérez, Adrián (2019) Centros Regionales UNESCO (1963-1967): Historia general de un proyecto de colaboración internacional en el ámbito de la conservación cultural. Conservación y Restauración No. 17, Enero-Abril, pp. 239-247.

Sánchez, Luisa (1986) Restauración artística en Colombia. Monografía de grado. Universidad de La Sabana, Bogotá.

 

José Luis Socarrás Pimienta

Antropólogo y decano de la Facultad de Estudios del Patrimonio Cultural de la Universidad Externado de Colombia. Correo de contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. X: @socarraspi

 

 

Las opiniones aquí expresadas son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan la posición de la Asociación Colombiana de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales, ni de su Consejo Directivo.

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